En el episodio elegido para esta reseña, los invitados son Miguel Ríos y Manuel Vicent.
Un arranque poco convencional
El programa empieza con una broma: una especie de teatrillo sobre si se ha manipulado o no la voz de Julio López para presentar a uno de los conductores. Es una manera un tanto desconcertante de empezar, con cierto tono meta y bastante ironía. Quizá no todos los oyentes conecten a la primera, sobre todo si no conocen el estilo de Pradera, pero una vez pasada esa entrada algo caótica, el programa encuentra su tono.
Voces que se entienden
Los conductores se reparten bien los papeles. Pradera es más sarcástico, más de lanzar chascarrillos, mientras que Panadero pone un poco de pausa y encauza la charla. Ninguno busca lucirse, y eso ayuda. La forma en que se dirigen a los invitados es cercana, incluso cómplice. No hay esa distancia que a veces se nota en otras entrevistas, aunque también funcionaría con un solo presentador.
Ríos y Vicent, por su parte, no necesitan que los presenten en profundidad. Son voces con historia y con mucho rodaje, y lo demuestran sin esforzarse demasiado. Tienen química, se nota que han compartido mesa más de una vez, y esa familiaridad se traslada al oyente. Hablan de música, sí, pero sobre todo de momentos de vida.
“Concha Piquer salía por todas las ventanas del pueblo”, dice Vicent, mientras Ríos recuerda su primer porro en Madrid con una mezcla de nostalgia y risa contenida.
Desorden con encanto
El formato dice que va sobre canciones que uno se llevaría a una isla, pero eso es solo una excusa. No hay guion cerrado, y eso le da aire al programa, tampoco secciones marcadas, ni un reloj que presione. Se va hablando según lo que va saliendo. Hay veces que se alargan un poco —como con la anécdota del aterrizaje accidentado en Madrid o el clarinete de Mozart bajo el agua—, pero no molesta. Al contrario, da gusto que alguien se detenga a contar algo sin prisa en la radio, aunque la música ocupa gran parte del minutaje y se echa en falta a veces que los invitados no se puedan extender. Se agradecería una mayor duración.
Eso sí, si alguien busca un espacio con estructura clara, puede que aquí se pierda un poco. El orden no es la prioridad, tampoco lo es la información. Esto va más de compartir que de explicar. Aquí no se viene a aprender nada en concreto, sino a escuchar y disfrutar de lo que sale.
La música como mapa
Las canciones elegidas van desde Concha Piquer hasta The Beatles, pasando por Duke Ellington, Frank Sinatra y una pieza de Mozart. Ríos se emociona con Tomorrow Never Knows y lo cuenta como quien está abriendo una caja que no quiere que se acabe. Vicent recuerda cómo oír el clarinete de Mozart dentro del agua fue una de las experiencias más hermosas de su vida. Puede sonar exagerado, pero él lo cuenta sin impostura, y eso hace que funcione.
Cada tema sirve para abrir una historia. Y aunque no escuchamos las canciones completas, se entiende que están ahí para eso, para tirar del hilo.
Lo sonoro, sin pretensiones
En cuanto al sonido, el programa está bien grabado. Todo se oye con claridad, las canciones entran y salen sin molestar, y los efectos se limitan a lo justo. No hay florituras sonoras ni efectos raros. Lo cual es un acierto, todo ello aderezado con un tono íntimo y no grandilocuente.
¿A quién va dirigido?
Dos por cuatro no nos da la impresión de que sea un programa pensado para oyentes que busquen tendencias o actualidad. Estamos ante una propuesta para quienes disfrutan de las historias personales, del anecdotario y de la música como hilo de recuerdos. Tiene algo de nostalgia, muchas carcajadas, alguna puya política, y miradas hacia atrás.
¿Recomendable?
Sí, porque es un programa que te acompaña de una forma muy agradable que logra algo poco común: hacer sentir al oyente que está ahí, sentado con ellos, oyendo a dos tipos contar su vida a través de canciones.
Y eso, hoy por hoy, no es poco.
Javier el Busto (jelbusto@radioyentes.com)
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